....El Tribunal de Disciplina parecía emperrarse, a veces por minucias, para que hiciéramos de local en la cancha de ellos. Y además proponía (ordenaba) el cambio de fecha, y que el partido entre Talleres y Estudiantes se debía jugar el tercer lunes de diciembre en vez del sábado. Justo cuando había comenzado una ola de calor intolerable en Buenos Aires. Con una temperatura, yo le calculo, de 35º a la sombra con una sensación térmica que rondaría los 40º, y me quedo corto. Pude salir más temprano del trabajo. Cosa de estar sentadito en la tribuna local de la cancha de ellos a las cuatro y media de la tarde a pleno sol (a las cinco de la tarde comenzaba el partido). La media hora me daba tiempo para rezar. Yo siempre me preparaba una cábala nueva, cada vez que hacíamos de local en ese estadio, dada la adversidad a la que estábamos expuestos.
El listado de elementos cabuleros que apresté, podría ser largo e ilustrativo, sólo me atrevo a nombrar algunos. Hago un resumen: llevé el perfume irrecuperable de un pañuelito de Beatriz Elena (mi ex - novia) que siempre me acompañó en los partidos cruciales, mi primera boina de boy scout para cubrirme de lo aciago, un mate entrerriano que ha sido acariciado por el recuerdo de las manos perdidas de Inés (mi otra ex -novia) en el Banco Pelay (Pcia. de Entre Ríos), un cuarzo de máxima pureza que compré en lo del Cacho Perales camino a El Zapato en Capilla del Monte (Pcia. de Córdoba), un pedazo de pared con la forma de un pelotazo embarrado que pude rescatar de mi primera casa demolida, la marca de mi traste extraída del último recambio de tablones en nuestro estadio, (después de estar sentado treinta años consecutivos en el mismo lugar) entre otros tantos amuletos... El problema principal que se me presentó, era: ¿cómo iba a entrar con todo aquello a la cancha de ellos? Máxime por los controles policiales que iban a ser muy difícil franquear, teniendo en cuenta los antecedentes inmediatos: la acusación de desidia y de estimular el caos que se le había hecho a la policía en el partido anterior que jugamos de local. Aquella barrera inexpugnable de servidores del orden iba a atrincherarse en los accesos del estadio e iba a hacer cumplir la ley a raja tabla. Cómo nunca antes. Nada más cierto...
Jorge Suárez Armillei. Fragmento del cuento Todo tiene su número y su fin. Del Libro De volea y al ángulo. Editorial Dunken. Año 2005.
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