No había otro resultado posible: debíamos ganar o ganar. Llegábamos medio rengos, algo golpeados también, pero acostumbrados a los contratiempos. Por supuesto, hablamos de fútbol: imprevisible, hermoso, injusto, pasional. Y nos quedamos cortos. Contábamos con un poroto a nuestro favor: el historial favorable. En realidad, no sé porque apelamos a él, pero bueno, está ahí, un poco en el inconsciente como para que cuando queremos justificar un posible resultado, nos dé una manito. Y así fue, bajo el caluroso sol de Ensenada.
Mientras partíamos de Timote y Castro, la conversación tenía un solo eje: la victoria. Cómo lograrla era entrar en el terreno de las opiniones varias. Que mejor una línea de cuatro. Que hacemos sin Dudi. Cómo estará Screpis. Que bueno que vuelve Vales. Que ellos vienen de hacerle tres goles al otro escolta. Y seguimos. Y maquinamos mientras atravesamos tranversalmente los distritos de Lanús y Avellaneda, y llegamos a la moderna Autopista Bs. As- La Plata. Nuestro vehículo vuela en el asfalto a alta velocidad: a un costado, vemos abundante verde, y los ghettos disfrazados de barrios cerrados. A cielo abierto, y limitando con basurales, las villas, los pobres, y las canchas sin pasto. Al rato de transitar, pasamos el primer peaje, y entramos a La Plata. Increíblemente vemos en una esquina a Sebastián Crosta, uno de los hacedores de la revista Ascenso, y simpatizante del equipo de Devoto. “Éste vino a mufarnos”. Nos reímos de la ocurrencia, mientras simbolizamos en su figura todos los avatares de los periodistas de ascenso, esa raza que transita por igual colectivos, trenes y quien sabe que otros medios de transportes del conurbano para cumplir con su tarea. Una vez que rodeamos el paredón de la cancha, nos dirigimos a la entrada, donde nos acreditamos como hombres de prensa. Todavía el reloj no llega a las 15 hs, y el moviemiento es poco. Los locales vienen realizando una mala campaña. La ansiedad ahora es mas fuerte, y de alguna manera quiere dominarnos.
Cumplida nuestra labor, nos acercamos a la zona de plateas, y ocupamos la cabina 9. Dos ubicaciones después, advertimos un terrible nido de avispas, y algunas de ellas, comienzan a acercarse hacia nosotros. Momentáneamente nos olvidamos del partido.
Hasta que llega la hora. Son las 15:30. Pero los jugadores continúan precalentando. A un costado de nuestra ubicación, los habituales representantes albirrojos. Del otro lado,los colegas de La Redonda, la radio local que nos pone al tanto de la tardanza de la ambulancia. La demora será de 12 minutos, y sobre las 15:42,vemos saludar a Benítez, ex talleres de manera afectuosa a sus compañeros. Ya está: arranca la primera final para Talleres. El partido se torna monótono, y en la primer pelota que toca Screpis,luego de volver a la titularidad después de casi 30 fechas, muestra un gesto de fastidio. Los nervios le juegan una mala pasada, y al rato, contracturado, le deja su lugar a Trento. Las imprecisiones son evidentes en un campo de juego repleto de pozos. Parece que ciertos animales de la llanura pampeana, han venido a establecer sus “viviendas” en el terreno de juego, y han dejado surcos por todas partes. Pero aparece Cérica por izquierda, manda un centro, Doracio no llega, pero llega sólo Rodríguez, que no duda, y con un fuerte tiro quiebra el marcador.
Algo rengos, algo golpeados, marcábamos primero. Talleres 1 Cambaceres 0.
Después fue todo medio aburrido. Nos conformámos, nos replegamos, cuando de haber apurado al tibio conjunto local, lo hubiéramos lastimado. Pero nos falta Pérez, y un desconocido Trento está muy impreciso. La entrega de Omar Benítez en el mediocampo es notoria, y entre Vales y Bordón rechazan cualquier centro que cae sobre el cuadrante mayor. Los últimos minutos parecen interminables, y sabemos que cualquier ollazo al área puede tener consecuencias graves. Pero no hay olor a empate. Los últimos intentos locales se mueren en la intrascendencia. Talleres nos llena de alegría cuando Giménez marca el centro de la cancha. Los abrazos de los jugadores en el centro del campo, nos devuelven la ilusión. Algún colado en la platea que llegó de Escalada se va rápidamente, como disimulando su pertenencia a otros colores, y mezclándose con la frustración de los locales. Recuperamos la esperanza. Hay que tenerla. Estamos de nuevo en carrera.
Cuando nos vamos saludamos a Crosta, que está vendiendo revistas. Chau, nos vemos el próximo domingo.
Te esperamos en Escalada.
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