lunes, 21 de enero de 2008

Todo tiene su número y su fin (tercera y última parte)

....Había algo que se manifestaba; y no sabía por qué. Para mí, era un golpe de calor por el efecto del sol de frente. Había demasiada luz. Entonces noté la llamativa distorsión de los colores que tomaban una dimensión deslumbrante. Nuestra camiseta mantenía su brillo inalterable. Pero las tonalidades de la camiseta alternativa que lucía Estudiantes, y que yo jamás se la había visto, adquirían una luminosidad, un volumen desproporcionado. Tampoco sabía por qué se la habían puesto. Nada justificaba el cambio; y como siempre, el arbitro no les decía nada. ¡Total, dale que va, ya estábamos a fin de año, y el fútbol se convertía en un disloque ingobernable!

La tribuna local estaba casi llena. El partido comenzó. Un fuerte viento se levantó imprevistamente cruzando el predio del ocaso al naciente. El juego se tornó rápidamente impreciso, trabado. Empezaron a aflorar los factores negativos que incidían globalmente en aquella cancha respecto a Talleres, y que rápidamente se manifestaron. Mientras gritaba, percibía la mala acústica que tiene la cancha de ellos. Resulta que el aliento sostenido de nuestra hinchada se dispersaba hacia atrás y hacia arriba. Llegando sus ecos apagados hasta el campo de juego, y por ende a sus últimos destinatarios, los jugadores. Como sería la cosa que nos poníamos la mano ahuecada en el oído para escucharnos, y de esta manera poder cantar mejor, lo cual suena casi chocarrero. Era una acústica seca, opaca, que iba desacomodando lentamente a nuestra hinchada y a nuestros jugadores. Desnivelaba porque se notaba que el aliento no surgía efecto. Produciéndose un corte sonoro y afectivo a la altura del alambrado perimetral que divide el campo de la tribuna. Se formaba una película sutil que aislaba el aliento de los simpatizantes hacia los jugadores. Situación ésta que nos iba llevando a extrañar al ambiente, al microcosmos que creábamos en nuestro estadio. Para anular aquel aislamiento había un mecanismo que teníamos a favor, que fue descubierto de pura casualidad. No sin gran sorpresa.

Era el paso fugaz del tren que corre paralelo al estadio, justo detrás de la tribuna local de la cancha de ellos, donde se encontraba nuestra hinchada. Nuestro aliado ferroviario circunstancial, y no tanto, enviaba su chicotazo sonoro de oriente a occidente (desde atrás de la tribuna lateral local hacia el campo de juego ). El sonido penetraba sorpresivo, cortando el encierro a que eran sometidos nuestros hinchas por la mala acústica. Todo esto ayudado por el ocasional maquinista que alegre y lo más campante hacía sonar su bocina varias veces, cuando veía, desde su posición de fana futbolero, que se jugaba un partido en la cancha de ellos. Un detalle, que se manifestó, era que los trenes más sonadores (si es que se los puede llamar de esta manera) eran los viejos diessel de pasajeros que van desde Constitución (vía Temperley) hacia La Plata o a Mar del Plata, o los interminables convoyes de carga. Siendo las formaciones eléctricas de pasajeros realizadas con tecnología japonesa, más indiferentes al fútbol – si es que se los puede llamar de esta manera, y no caer en el ridículo -. Sin embargo contribuían con su estímulo sonoro hacia nuestro equipo por su continua frecuencia (uno cada diez minutos). Siendo su sonido más apagado que el de los viejos diessel. Se empezaba a notar que nuestro origen ferroviario nos venía a asistir, ante la desgracia, tal vez desde el fondo de la historia, con aquella irrupción imprevista del tren... Durante el paso del tren, nuestro conjunto desarrollaba su mejor juego.

Y el problema de la adaptación a un escenario inexplorado, molesto y hostil se desvanecía. Pero lo que también era cierto, era que aquella estela sonora ferroviaria duraba apenas unos pocos minutos, nada más. Pequeños segmentos temporales de un impulso futbolero que se perdían a medida que se iban apagando los últimos sonidos del circunstancial tren pasajero. Lo que dimensionaba aún más la inestabilidad a la que estaba sometido Talleres en aquella fatídica cancha...

Jorge Suárez Armillei. Fragmento del cuento Todo tiene su número y su fin. Del Libro De volea y al ángulo. Editorial Dunken. Año 2005.

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