viernes, 6 de junio de 2008

¡ Ma´ sí, dale para adelante!!!! ( tercera y última parte)


Finalizamos con la entrega del cuento de Jorge Suárez Armillei, el gran escritor tallarín.


Le agradecemos muchísimo a Jorge, quien nos dice ...

" Les envío el cuento de Diego,ya que se nos viene el 11/06 y creo yo que sería un buen homenaje. Te comento que por este cuento Víctor Hugo Morales hizo el prólogo de mi primer libro de cuentos "De Volea y al Angulo" ,de Editorial Dunken y también se encuentra en la versión corregida y aumentada de "Viaje al centro del fútbol ", que editó la Editorial De los Cuatro Vientos , a instancias de la Fundación PUPI para el proyecto Libros Solidarios Abrazo albirrojo"


Aquí, la tercera y última parte del cuento. Que lo disfruten...



Durante el giro ve que el entorno era una masa confusa, indeterminada. Piensa que está en alguna otra cancha, tal vez en el Parque Saavedra, en las Malvinas Argentinas, en Ezeiza, en las Siete Canchitas o en la Candela, qué lindo era ese nombre, y después de mucho tiempo (dos o tres años) supo que quería decir la luz. O estaba girando en cualquier otra cancha. Y mientras gira, en un gesto tan de él, va sacando la lengua.
Ya empiezan a quedar atrás, ante su rotación, los dos que lo habían venido a marcar en el medio de la campo; y acelera, claro, tiene cierto espacio, y, por qué no, tiempo. Siente (piensa) como si esa aceleración no proviniese de él mismo, sino de otro lugar. Algo que lo va impulsando hacia adelante, es un viento frío. Esto no se lo podía explicar así mismo, y en medio de aquel partido menos. Pero él podía hacer esas cosas, porque para eso él era él, y nadie lo podía comprender, como todo aquello que le va pasando en diferentes tiempos, que para él son segundos detenidos o vertiginosos superpuestos, y que para los demás son tiempos muertos o pedidos en la memoria.
A ver: ¿cómo explicar ese viento frío que se le apareció en medio de aquel día bochornoso de calor? Es como si un túnel de aire frío hubiese perforado el centro del aire denso y pegajoso de las dos de la tarde. Sí, y las sensaciones que le vienen con el frío son una mezcla de euforia y de angustia, que le ponen los pelos de punta, siente que aquel aire liviano viene cargado de aliento, un clamor que le canta como una letanía: “Qué él, le diera para adelante, qué con él, en aquel arranque, iban miles.” “¿Miles de qué?”, pregunta en medio de la aceleración.“De ojos”, le responden.
Son ojos que lo miran emocionados, entre los millones de los otros ojos. Aquellos ojos emocionados son diferentes, tienen algo que lo conmueven; y, en esa sacudida, él entiende la importancia de lo que está por hacer. No tanto ya para él, porque para él no es que todo era igual dentro de una cancha, sino que él tomaba con otra dimensión las cosas que hacía jugando al fútbol, muy distinta que para los demás, después, afuera de la cancha sería otro cantar. En medio de ese aire frío, siente que las miradas, provenientes desde allí, son cálidas, más cálidas que las demás, que lo siguen mirando. Pero es una corriente de calidez procedente del mismo centro del frío. Es algo que lo va llevando a una concentración sobre sí mismo, a sus momentos más sentidos, cotidianos: como cuando él se quedaba extasiado mirando al Papi pescando en la costa correntina del río Paraná o se reunía alrededor de un asado con amigos en el fondo de la casa, y tomaban cerveza o vino en esos jarros de aluminio rezumantes de transpiración, y estaban acuclillados cerca de la parrilla comentando partidos o anécdotas de pescadores o chistes. Y él se mira en esa escena con calidez, y es esa misma calidez la que le llega desde centro mismo del aire frío, desde las mismas miradas de los muchachos que estuvieron siempre con él, infinita y cálidamente con él. Y eso lo envalentona de una manera increíble, lo vuelve a una realidad crucial, porque ahora que lo piensa bien, tenía esas miradas a cuestas que lo impulsan, sí, y que lo alientan, también. Pero esas miradas son una responsabilidad extra, que él, hasta ese momento, no las tenía en cuenta, al menos dentro de aquel partido, que se le fue apareciendo de esa manera un tanto alocada antes de responder al periodista, y antes de mirar a la cámara.
“¡Qué cargado está este partido, carajo!”, grita para sí.
Pero él se tranquiliza porque debe serenarse, y ya le queda poco; faltarían unos cuarenta metros, nada más. Claro, uno dice cuarenta metros, y qué son cuarenta metros en el mundo, nada, y aquí lo son todo. Él piensa en su cabecita de nene, cuántas cosas que hay dentro de una cancha fútbol, y que él jamás se había dado cuenta de todo aquello.
“Porque para mi jugar es lo más importante a pesar de que la cancha esté cruzada por todo esto y mucho más -se iba diciendo-, pero la mirada de aquellos muchachos...”
Siente un escalofrío merodeándolo en aquel arranque en el campo contrario, y se le aparece una estepa rodeada de mar, una planicie llena de caras agarrotadas de frío, un humo denso como una mortaja, ve la desolación y el abandono en medio de aquello. Se ve así mismo o ve al Negro o al Beto o a todos, abandonados y ausentes. Ve a madres, miles de madres pidiendo, rezando por aquellos que lo alentaban desde las miradas cálidas en medio del frío. Todo lo atravesó y lo impulsó aún más, porque, ahora sí, todo sería aún más. Aquel partido era aún más que cualquier otro.
“¿Pero qué será todo esto?”, se pregunta.
Él hace ese gesto tan de él, ese menear de cabeza y la boca tensada hacia las comisuras labiales, y deja ver sus dientes como pequeñas cuentas resplandecientes, y larga un insulto como una descarga, y ahí sí, se dice, lo que él siempre se dirá así mismo en todos los momentos cruciales, que no ha vivido, pero que ya vendrían, y ahora más que nunca, se grita interiormente:
“¡ Ma´sí dale para adelante!”
Porque la cosa no estaba para reflexionar tanto, sobre todo porque ahora venía lo más difícil, eran esos cuarenta metros finales.
Y, por fin, engancha con la zurda hacia adentro, en una maniobra que deja en el camino a un rival más, que lo salió a atorar desmañadamente. Pero él con un saltito casi displicente y con el envión del aire frío y de las miradas cálidas, toma una velocidad inusitada. Ahora, ya veía lo que iba venir: el tenía esa sensación mientras corría y sentía el contacto con el fútbol, de que aquello ya lo había vivido. En realidad, todo lo que le iba pasando era como un recuerdo que venía de un tiempo venidero. Justo antes de hablarle a aquella cámara que tomaría su imagen, y su candidez que sería reproducida hasta la perpetuidad, que conmovería a generaciones; y la pregunta increíble para su edad hecha por aquel periodista inconsciente de lo que estaba haciendo... Ahora, le vuelve la tensión de llegar a los últimos metros, y él, ya en tres cuartos de cancha, sintió que aquello se le parecía a un partido jugado en la cancha de Fénix, y que veía la misma jugada o similares desde diferentes momentos, ángulos y lugares, y en todas había arrancado desde muy atrás. Se acordó de que en una jugada parecida a la que se fue apareciendo, la estaba jugando en un estadio gigantesco y antiguo, como una especie de templo medieval donde habían metido un cancha de fútbol. Era algo que más que una visión, era como un sueño, un estadio que tenía sus cúpulas tapadas por una niebla densa (que no se parecía a la del Riachuelo), y donde el sol parecía un recuerdo inconcluso; y vio un calcó de la jugada que está haciendo, ahora en la tarde calurosa. Mientras la voz penetrante de un chico, le surgía desde algún lugar en su cabecita de chico también, le pareció que era su propia voz, que le advertía: “¡Tené cuidado!”.”¿Pero cuidado de qué?”, se pregunta con cierta desesperación porque todo aquello ya no era normal.
Sí es que había algo de normal en todo lo que le iba pasando. Pero que él normalizaría a lo largo del tiempo como una nueva cultura futbolera que irrumpiría, no se sabía de dónde ni por qué. Mientras le resonaba aquella voz penetrante, él se iba metiendo en el área grande adversaria, porque ellos (los contrarios) dudaron; y claro lo que su propia presencia imprevisible empezaba a sembrar, entre los contrarios, eran grandes dudas. Ni que hablar si lo empezaban a subestimar, aunque los contrarios ya lo iban conociendo (esto es también una manera de decir); porque él sabía que ante la confianza o la subestimación o las dudas de los rivales, él, era letal. Y eso que le estaba sucediendo en ese momento de aquel partido (la duda del último hombre de ellos), le posibilitaba seguir avanzando para terminar la jugada; y un compañero de él (el wing izquierdo), al que no reconocía, iba abriendo la cancha y le va marcando el pase final para definir la jugada en gol, porque no podía terminar en cualquier otra cosa todo aquello, sino en gol. Y ahí, se acordó de la vocecita aguda de aquel chico, como un clamor, que le advertía qué tuviese cuidado de no repetir la otra definición frustrada de la misma jugada (porque todo parecía serla extensión de una misma jugada hecha en diferentes tiempos y espacios), que él crearía en aquel templo medieval neblinoso del sueño, y que ahora, que veía bien, le parecía que eran los mismos rivales del partido detenido del pase del Negro.
Aquella duda de los contrarios era un desafío que aprovecharía rápidamente. El último hombre (el líbero), que quedaba antes del arquero, decide salir a cortarle la marcha; pero él, con ese envión del viento fresco del sur, se sentía otro y el de siempre, junto a la calidez de las miradas de los muchachos en medio del frío. Entonces, se abre hacia la derecha del área grande (hacia fuera), y lo deja atrás (al líbero) Y, otra vez, la voz del niño remota pero cercana a la vez. Una repetición ilimitada que le cala el cerebro; y él se dice, que no puede distraerse, y que cree entender lo que le advierte. Mientras ya tiene en vista al arquero (de frente) que le sale a achicar el ángulo de tiro. Él le amaga hacia la izquierda (hacia adentro) y sale hacia la derecha, dejando desparramado al arquero, y ahí sí, la toca al gol, mientras siente un patadón artero; era uno contrario desesperado que volvía a marcarlo. Mientras se cae, sigue escuchando la voz del niño que le va gritando: que le hizo caso y que definió bien, como se lo dirá alguna vez.
Y el delirio del festejo con el Negro y los otros. Y aquellas miradas cálidas de los muchachos se hacen voces como trompetas que le llegan desde todos lados. El estadio donde está jugando se le aparece por primera vez, y es gigantesco, ahora puede distinguirlo. Trata de sacar su mano para hacer señas de victoria ante la montonera de compañeros que lo abrazan, y se ve corriendo y festejando con su boca redonda, boca proyectada en todos los ojos que lo están mirando, y ve dos soles casi cenitales sobre la cancha, (con razón siente tanto calor) detalle que no puede entender, y de vuelta se ve agradeciéndole al BARBA en miles de estadios, de potreros y de descampados, gritando y saltando como un desaforado.
Entonces:
Escucha una pregunta que lo trae a una realidad casi estática, pero increíble:
-¿Cuál es tu sueño, Diego?-, le preguntó el periodista
- Mi sueño es jugar en la selección y salir campeón mundial con Argentina -, respondió.
Y Diego se fue a bañar, y salió con ese candor inalterable en los ojos y con su único pantalón de corderoy turquesa y el bolsito marinero azul para cruzar, otra vez, Puente Alsina rumbo a Fiorito.

Fuente de Datos del libro“Yo Soy El Diego” (de la Gente), Editorial Planeta.

Cuento del libro De volea y al ángulo. Año 2005.

A Diego Armando Maradona (el Pelusa) y a todos los hinchas del fútbol, en especial a los argentinos.
A Víctor Hugo Morales y a su Barrilete Cósmico.
A Cortázar y a su Perseguidor.

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